jueves, 12 de abril de 2012

Mangos maduros


Dígale a Camilo que se baje de esa nube.

Por lo general las nubes en las que viajaba Camilo no eran blancas, como todos las conocimos, si no verdes y rosadas cuando llovía y un par naranjadas cuando su mamá estaba de mal genio, que era, casi siempre, los martes que terminaban en números primos. Y ese día era en el que Camilo me caía bien porque cuando estaba de mal genio pareciera que el mundo se fuera a acabar y el cielo se ponía, primero ocre y después morado, como a eso de las 3 de la tarde.

A mi no me daba miedo de Camilo, porque yo lo conocía y me había dicho que le caía bien yo a él. Me lo dijo un día por la tarde, como a las 4. Yo le pregunté: “oiga, Camilo, yo a usted cómo le caigo?” y el me dijo “Antonio, usted me cae bien. Para qué quiere saberlo?” y yo no supe qué decirle. Solo quería saber que le caía bien. No sé por qué, pero eso me daba cierta tranquilidad…y el cielo se puso verde.

Un día me invitó a viajar con él. No sé qué le dieron ese día de desayuno, pero estaba raro. Él me dijo que desayunó normal, pan con yogur de mora –que era el que más le gustaba- y me preguntó por qué le preguntaba por lo que había desayunado. No supe qué decirle, entonces le dije que ese día yo no había desayunado porque no me había dado hambre, pero cuando nos fuimos a viajar sí me dio y le dije que tenía hambre y él me dijo que si quería que parara para que comiéramos algo, pero yo no quería parar, me gustaba el viaje y como el cielo estaba como rojo, le dije que fresco, que yo veía qué comía por ahí, que no se preocupara. Entonces aproveché y estiré la mano cuando pasamos por un palo de mangos y cogí uno rojo como los labios de Constanza y me lo comí. Yo le ofrecí a Camilo un pedazo, pero él me dijo que no le gustaba Constanza, que me comiera el mango solo. A mi sí me gustaba mucho Constanza, entonces me comí el mango solo y no le dí. Yo le pregunté que por qué no le gustaba Constanza y me dijo que era porque tenía los ojos muy negros y que le daba susto eso porque no podía mirar bien adentro porque eran muy negros y no se podía. A él le gustaban más los ojos claros, porque podía ver adentro. A mi me gustaban los ojos de Constanza y los labios rojos, por eso me comí el mango pensando en ella. Pero también me gustaba su nombre: Constanza. Cons-tan-za. Me hacía cosquillas en la lengua cuando decía la primera sílaba: Cons. Y  me daba risa porque en el paladar se me hacía un hormigueo muy bueno que solo se calmaba cuando comía mango.

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Cuando se fue poniendo de noche el cielo y se veía la luna yo no sé por qué, pero empecé a cantar puro beatles, “Jir-coms-de-son-turururu-jir-coms-de-son-enaisei-is-olrai”. Yo cantaba y quería cantar como George Harrison, el beatle favorito de mi papá, aunque dijera que le gustaba más Ringo porque tenía nombre chistoso. Yo nunca le he visto nada de chistoso a llamarse Ringo. Me gustaría llamarme Isaías, pero mi mamá me puso Antonio porque un tío de ella se llamaba así y se murió cuando yo iba a nacer. Dicen que mi tío se murió porque lo mordió un perro rabioso y le dio fiebre amarilla. Por eso me llamo Antonio y siempre que Camilo me invita a viajar con él le pido que me lleve hasta las nubes que se ven a lo lejos, porque allá el cielo, cuando no está bravo Camilo, se pone de color amarillo los martes de números primos y ya he visto dos veces a mi tío Antonio, o al menos eso creo yo, porque no lo conocí. Pero estoy seguro que es mi tío Antonio porque él me lo dijo. Me dijo “Yo soy tu tío”, pero no me dijo el nombre. Solo me dijo que es mi tío. Y yo sí creo que es él porque cuando veo esas nubes amarillas, por allá a lo lejos, cuando el cielo se pone amarillo los martes de números primos, la respiración se me corta a ratos y yo creo que es de pura emoción. Entonces me tomo un jugo de maracuyá y me calmo.

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Hoy vi a Constanza por la mañana. Yo iba caminando por la calle como quien no quiere la cosa. Estaba muy triste y yo le pregunté que por qué estaba así, pero ella no me quiso decir nada. Y a mi me dio dio susto porque me quedé mirándola y tenía los labios muy pálidos, como rosados con mucho azul. Y tenía los ojos claros y me quedé mirándola a ver si veía algo, pero entonces ella se daba cuenta y los cerraba. Los cerraba duro, muy duro, como cuando uno quiere pedir un deseo con muchas ganas como para que se le cumpla y por más que quería no podía ver nada. Entonces ella no se aguantó y me dijo: “Dígale a Camilo que se baje de esa nube”. Pero cuando miré al cielo estaba completamente azul, así como todos lo conocemos y me dio pereza. Además no había una sola nube, ni una sola. Yo las busqué y no las vi, ni una sola. Entonces supe que Camilo se había ido a vivir con mi tío Antonio y desde ese día, todos los martes de números primos, invito a Constanza a que me acompañe a saludar a mi tío y a Camilo.

Y siempre llevamos mangos.

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