jueves, 12 de abril de 2012

La responsabilidad de opinar

No se olvida hablar, dicen los científicos. No se olvida a pesar, incluso, de haber estado en coma. Se pueden perder otras habilidades: motricidad, reflejos, memoria, pero no el habla.

Necesitamos comunicarnos, pero de cualquier forma?

Hoy en día, uno de los grandes problemas de las redes sociales, creo, es que la gente confundió participación con opinión y por ahí derechito, con juzgar.

No se puede cometer un error simple porque se corre el riesgo de ser la comidilla de todos aquellos que creen que por tener un correo electrónico ya son dueños de la verdad absoluta. Nuestros elementos de valor para generar opinión se limitaron a “alguien me contó” o, incluso –lo más triste- “es el tema de moda”. Y la investigación? Hermano, ahí tenés Wikipedia, por lo menos.

Yo soy semi disléxico y no se imaginan lo que sufro cada vez que escribo algo y siento que trnqué un par de letras.

Criticamos, decimos lo que creemos, señalamos sin fundamentos y hasta herimos, pero fresco, son las ventajas que te da el hecho de estar siempre detrás de una pantalla hundiendo unas teclas, respondiendo al impulso cerebral de escribir, no de pensar.

Punto aparte: en estos días hablaba con un amigo músico -de una banda la cual admiro y respeto profundamente y de la que me considero gran seguidor- y me decía, hablando de mi carrera de comediante: “Espero que llegue el día en que me sorprendás con lo que decís”. Le pregunté, “me has visto alguna vez?” y su respuesta fue: “Pues, te vi una vez en televisión”.

Me quedó sonando ese que, para mí, fue un momento incómodo, y solo después de un largo rato encontré la respuesta que me hubiera gustado darle en ese instante (a veces no soy tan efectivo pensando, o demás que conecto mucho el cerebro antes de, para no salir con barrabasadas). Pensé: “Creés conocer todo sobre mi carrera solo porque viste un pedazo en televisión? Es como si yo dijera que conozco toda la discografía de tu banda por haber oído 2 canciones”. Cierro paréntesis.

Dicen los científicos que en la evolución del ser humano tendemos a perder todos los dedos de las manos, salvo el pulgar y el índice. Ya no necesitaremos los corazones, anulares y meñiques. Para qué si hoy manejamos un control remoto con solo dos dedos. Los mismos que usamos para hablar por el blackberry, el iphone o el Smartphone de moda. Cada vez hay más smartphones en manos de dumbpeople.

Ni siquiera el teclado nos salva de la evolución. A mí, por lo menos, no me sirvieron mucho las clases en el colegio. Sigo escribiendo con los dedos índices de cada mano de la misma manera en que lo hacía en 1992, cuando el padre Claudio (creo que se llamaba así) nos dictaba la clase más absurda que tuve en todo el bachillerato: mecanografía. No me sirvió de nada saber que la A se marcaba con el meñique de la mano izquierda. Nunca lo necesité, fue solo un susto que me querían dar. Lo mismo cuando me dijeron que en Estados Unidos nunca me iban a poner atención si no hablaba perfectamente inglés. Falso!

El ser humano, de una u otra forma, ha encontrado la manera de comunicarse, de hacerse entender. Ha sido parte de su propia evolución.  Los idiomas no nos impidieron construir imperios, acabar civilizaciones, crear e interpretar calendarios cientos y miles de años después de haberse hecho (incluso algunos de culturas extintas).

Entonces, en qué fallamos? Será que no estábamos preparados? Seguimos siendo un pueblo chismoso que gusta de participar, de comer del muerto, de ruñir el hueso a ver qué encuentra? Enceguecido? Terco?

Mañana alguien trinará algo desde su iphone, con tan mala suerte que el corrector de ortografía no reconozca la palabra y la cambie automáticamente por otra sin sentido. Y ahí estaremos, tildando de ignorante a quien trinó. A lo mejor seré yo, o alguien como yo, que con semi dislexia cambie algo. Y estaremo mofándonos de ella. Sin pensar un solo segundo en la responsabilidad de opinar.

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