martes, 17 de abril de 2012

Era tango...


...el aire en mis manos (Foto robada de Google)
Yo no sabía para dónde agarrar ese día. Me quedé solo. Qué susto tan hijuemadre, pero créame cuando le digo que me quedé quieto, frío, sin saber para dónde pegar porque apenas me di cuenta, estaba mirando para todos los lados, y eso lleno de gente, y todos me miraban y yo quieto, no me salían las palabras. Será que se me olvidó hablar? Yo no creo, pero es que no me salían las palabras, yo quería decir algo y nada, tenía la mente en blanco, estaba borrado.

Yo creo que la culpa fue de Paula, esa vieja me dejó jodido ese martes. Yo diciéndole que hiciéramos cosas y ella haciéndose la rogada y yo sabiendo que se moría por mí, pero así son las viejas. Por eso estoy seguro que aprovechó que yo me estaba lavando los dientes y le echo champiñones a la comida. Si hay algo que me asuste en esta vida es un champiñón, sobre todo esos que te muerden las orejas cuando estás oyendo música. A mí me mordió uno cuando era chiquitico y desde ese día les agarré tirria. No los puedo ver, ni siquiera pintados, porque esos son los peores. Los otros al menos van y muerden, pero los pintados esperan, tienen paciencia. Están ahí, como quien no quiere la cosa, pero uno sabe que solo están de guardia y apenas te quedás dormido, trin! Lleve! Qué susto, parce, yo con eso no le juego.

A mí me gustaba jugar con mis primos, era más chévere. A veces jugábamos al que le agarrara el lomo al perro sin que le ladrara y yo perdía siempre porque hacía mucho ruido cuando iba a llegar y ese puto perro me oía, o me olía, yo ni sé. Con decirle que una vez que estaba corriendo, así de la nada, salió ese animal a perseguirme y yo corra y corra a ver si alcanzaba a llegar al árbol de mangos que nunca daba frutas porque, según mi abuelo, una novia que tuvo antes de mi abuela le echó harina de maíz y lo jodió para siempre. Por eso cuando queríamos comer mangos yo tenía que treparme por la pared amarilla de la casa del lado donde no vivía nadie, pero que tenía la nevera repleta de mangos. Y pasaba y me los comía hasta que me daban ganas de pan.

Solo una vez me encontré un mango en el árbol y me lo comí con sal. Estaba delicioso pero me supo raro. Me sabía como a manzana y por eso no me sabía tan bueno, porque a mí la manzana no me gusta, aunque me gusta más que el champiñón. O bueno, al menos no me da susto, porque las manzanas no hacen nada. Y sabe por qué sé que las manzanas no hacen nada? Porque yo he oído música comiendo manzana y por eso se lo digo con toda seguridad. Pero eso sí, pilas, nunca oiga tango comiendo manzana, porque hace que se duerma el brazo izquierdo y ese brazo es necesario para oír tango, sobre todo los martes. Se lo digo yo que ese martes que Paula le echó champiñones a la comida quería salir a bailar tango con ella, pero me quedé solo, quieto y con susto. Ni siquiera me salían las palabras.

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