miércoles, 11 de febrero de 2015

Bogotá

Después de haber vivido 5 años en Bogotá comienzo a preparar mi regreso a mi tierra: Medellín. La razón es simple: en mi trabajo no me renovaron el contrato y no me quiero quedar como desempleado en la capital. Ya sé que tengo talento, ya sé que puedo buscar y que acá las oportunidades son muchas más que en otras ciudades, pero la verdad es que creo que mi dosis de Bogotá fue suficiente.

He leído últimamente muchos artículos que hablan de Bogotá y su lastimosa realidad y aunque quisiera hacerme a un lado de éstas o evitar caer en la posición de “al caído, caerle”, quiero decir unas cuantas cosas que, de verdad, me generan tristeza al ver lo que está pasando en la otrora “única ciudad de Colombia”, como aún escucho a varios bogotanos definirla.

Para comenzar, el problema de Bogotá es uno solo: la gente. Y por gente me refiero al bogotano, al paisa, al costeño, al caleño, al pastuso, al opita, al santandereano, al llanero, al boyacense, a todos los que vivimos acá. Bogotá cayó en el más triste de los egoísmos, del “primero yo, segundo yo y tercero yo”. Es la ciudad del interés personal y de la excusa para justificar las malas costumbres. Que es “una ciudad que no es de nadie porque la mayoría viene de afuera”, dicen; “provincianos” nos llaman en un intento humillativo por recordarnos que no somos de acá, que no nacimos en la “única ciudad de Colombia”. Y esa se volvió la excusa perfecta para poder tirar una basura al piso, para acelerar cuando el carro de adelante pone la direccional, para irrespetar al peatón o al ciclista que –en cualquier parte del mundo menos acá- son prioridad en la vía. Es que es una ciudad que no le duele a nadie. Tristemente tampoco le duele al bogotano.

Es verdad, Bogotá no le importa a nadie. Se la roban en las narices y nadie dice nada –construcciones que demoran años y cuando las terminan resultan defectuosas, mal diseñadas o, lo que es peor, se desploman-. Atracadores que ni siquiera amedrentan con sus armas sino que van directo al daño –las noticias dicen que en un intento de robo, pero la verdad es que los atracadores llegan apuñalando sin mediar palabra, sin que la víctima siquiera oponga resistencia-. Caos vehicular a cualquier hora del día –se habla de un promedio de velocidad de 6 KPH, 6!!! Parece una leyenda urbana, pero no: en Bogotá salir a hacer una vuelta que debería durar media hora puede llevarse toda una tarde-. La inseguridad, el caos, la violencia, las agresiones, la desigualdad, la sinvergüencería, los altos precios, el matoneo, el esnobismo, los chanchullos, etc. Pareciera como si cada cosa mala que sucediera tuviera en la capital su representante. Y no estamos lejos de eso.

Pero de nuevo, todo esto lo hace la gente.

No es una vaina de alcaldes únicamente. Esto no se resuelve porque llegue un ultraderechista, ni porque a un tipo honesto le dé por enseñar con payasos y mimos que las cebras se respetan y los peatones deben cruzar por las esquinas cuando el semáforo peatonal esté en verde. No somos personas –quiero creer- que necesiten que les digan que deben hacer el bien para hacer el bien. Ni tampoco se va a salvar porque aparece a último momento un nuevo alcalde que dice “No más!”. Ya estamos muy grandecitos como para creer en salvadores. Esa excusa no sirve.

La realidad de Bogotá es que cambiará el día en que las personas comprendan que son ellas las responsables del cambio –al menos una parte enorme e importantísima-. Y ese día está lejos. Muy lejos.

Hay un cuento –creo que budista- que dice algo así:

“Sucedió que en un pueblo, el hijo de un señor muy importante fue capturado robando. El pueblo rápidamente reaccionó y buscó a su padre para que fuera la persona encargada de castigarlo. Cuando el señor llegó le preguntaron qué castigo le impondría a su hijo, pero el señor contestó:

´Por ahora ninguno´

Los habitantes del pueblo quedaron desconcertados. El señor retomó:

´Antes que castigarlo a él por lo que hizo, tengo que castigarme a mí por lo que hice´, dijo. ´Si mi hijo falló fue porque yo fallé en algo y primero tengo que saber qué fue lo que estuvo mal de mi parte´”

Señalar siempre es sencillo: es que los del Polo acabaron en diez años con todo. Es que los de afuera vienen acá a hacer lo que les da la gana. Es que los bogotanos son unas personas frías y desconfiadas y groseras. Las excusas ahí están. Llevamos usándolas toda una vida y no han solucionado nada.

Esta semana me senté en la sala de mi casa y me puse a pensar en los últimos 5 años de mi vida. En el estrés que me generó esta ciudad. En las veces en que mis propios colegas me robaron el trabajo con jugadas indecentes. En mi último trabajo en una famosa emisora y en cómo se acabó –nunca me dijeron las verdaderas razones-. En las veces que me enfrenté casi que a los golpes con los conductores que me tiraron el carro mientras yo caminaba. En el señor que envenenó a mi perro solo porque no le gustan los animales. En mi vecina que echó aceite de motor en un muro para que la gente, a pesar de estar cansada, no tuviera dónde sentarse para esperar el bus.

Alguien me decía: “es que así funcionan las cosas” y yo insisto que no. Así no funcionan las cosas. No está bien robar, así sea poquito. No está bien hacer el daño, así no duela. No está bien en ser el vivo solo porque hay un bobo que complemente el par.

Nos hicimos un daño gigante al venerar la cultura del avivato. De la plata fácil. Del mínimo esfuerzo. Del “es  mejor ser rico –y lindo- que pobre –y feo-“. Y lo peor es que no nos hemos ido de ahí. Seguimos creyendo que ese es el camino. Solo que esperamos que en un golpe de suerte seamos nosotros los que ganemos. Egoísmo, así se llama eso.

Usted también la caga cuando acelera si el de adelante pone la direccional. Usted la está embarrando cuando llega a su casa a las 3 de la mañana a poner música. Usted también es responsable cuando se burla a escondidas de un compañero porque es gay o porque es pobre. Usted también es el culpable. Insisto, esto no es de alcaldes.


Piense, como el padre del cuento, en qué falla usted y qué puede corregir.

4 comentarios:

  1. Sería muy interesante que luego de unas semanas en Medellín, nos cuente, desde su perspectiva, qué ciudad dejó hace cinco años y qué ciudad encuentra ahora. Qué extrañaba de Medellín, qué extraña de Bogotá.

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  2. Yo también pienso que todo son excusas, eso de que los Bogotanos son groseros, es una mentira que algunos se quieren creer, pero como no sentirse inseguro en una ciudad que todos están a la defensiva.

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  3. es triste cuando esperas tanto de un lugar y te decepcionas al final.... es mas triste cuando percibes la realidad de la deshumanizacion .... luego de sentir rabia e impitencia al tocar fondo .. empiezas a buscar la luz al final del tunel ... ves que es sano reconfortarte y dejar de actuar en funcion de los demas pero tambien esperando lograr cosas para el mundo asi ellos esten ciegos de egoismo...

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  4. Ánimo Alejito,vendran mejores cosas!. Lo importante es no cambiar nuestra esencia, las personas q alguna vez nos han hecho daño.... la vida le devolverá una a una sus atenciones.

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