Carrilera. Foto Alejo Mejía (no tiene derechos reservados) |
Y volviste, vos tan blanca, tan callada, tan imperceptible y
tan dolorosa. Y volviste una noche de noviembre y nos sacudiste sin darnos al
menos el tiempo de reaccionar para saber cómo sos, cómo te ves cuando decidís
aparecer, así de la nada; así como te especializaste, como te gusta hacer tu
entrada triunfante: dejando a todos quietos y fríos.
Y volviste, esta vez por alguien que te había buscado así
vos no quisieras visitarlo. Ya estaba listo? Estás segura de que era la hora?
Fue como lo quiso?
Me quedé seco cuando se fue. No había nada que me calmara la
sed; ni el aguardiente, ni mis lágrimas. Y lloré como lo hice cuatro veces
antes, porque me desarmaste de a poquitos, hace 30, hace 24, hace 18, hace 10
años; y hace 4 horas. Te dieron permiso de hacerlo? Quién? Decile que ahora soy
el mayor, la responsabilidad de algo que nunca quise ser. No era yo el indicado
para esto, para eso estaban ellos, que sabían cómo era la vaina de llorar hasta
pedirle a la vida que te seque los ojos para no tener que ver el mundo después
de tu llegada tan blanca, tan callada, tan imperceptible y tan dolorosa. Para
no tener que abrirlos y saber que soy un enredo de recuerdos que, si fueron
alegres, ya me saben a nostalgia, y cuando la nostalgia llega de visita, así
como vos, nubla la felicidad y la pinta de negro y suena triste.
Acá te miro y oigo tus historias, así me las contés a
medias. Aprendí a inventarme los vacíos, a imaginarlos como si hubiera estado
ahí siendo testigo de primera mano. Aprendí a imaginar más allá de las palabras
y por eso te entiendo, o pretendo hacerlo. Porque me pongo de tu lado y te oigo
atento, esperando el punto de giro que nunca llega, quizás porque no lo buscás,
porque tus historias son honestas y la honestidad es tan simple que parece
aburridora. Pero tranquilo, aquí me tenés concentrado en cada una de tus
palabras y de tus gestos. Contame que te quiero oír, a ver si estamos de
acuerdo, a ver si me explicás las cosas que no comprendo, como por ejemplo, por
qué viniste. Por qué así, de sorpresa, sin aviso, sin darnos tiempo de nada. Así
te aparecés y ni siquiera te hemos visto. Te sentimos, de pronto, por allá,
como un viento frío que sale de ninguna parte y se pasea por el cuello
despertando esos pelitos que no sabíamos que teníamos. Curiosa manera de decir “ve,
por acá llegué”. Pero no das la cara, al menos no la tuya. Te mostrás en otros
y sos tan bonita que alborotás el alma y sus archivos.
No era la hora que queríamos, pero no somos los que
decidimos. Sos vos? Tampoco creo que así sea. Sos la mensajera, la del mandado
maluco, la del trabajo feo. La que se gana la mirada inquisidora. Sos la del
recado incómodo, la del “llegó la hora, nos vamos”. Visitame tarde, inconciente
y perdido. Tomemos algo, salgamos primero. Conozcámonos. Vos tan blanca.
Y ella vendrá de nuevo. Y por tarde que sea cuando llegue por nosotros nos parecerá que fue temprano...
ResponderEliminarella tiene sus recurso enredadores, que hace que no me separe de ella, su presencia es como un dopaje para mi,
ResponderEliminarpero un dopaje que hace sentir vivo y humano.