jueves, 13 de septiembre de 2012

Ventana



Agachate el sombrerito y por debajo mirame

Agarré de la nada la costumbre de escribirle los miércoles por la noche. La última vez que lo hice sonaba por allá, en algún lado, algo de la Dúrcal. Nunca supe de dónde salía la melodía. A lo mejor era yo mismo el que cantaba, pero estaba tan concentrado que no entendía muy bien en qué momento la música dejaba de ser banda sonora para volverse mensaje.

“Volveme mierda, pero no me matés la magia”, le oí decir desde el otro lado de la ventana. Allá, lejos. Demás que le hablaba a la Dúrcal, que a mí ya me había hecho llorar dos veces con ella, cuando lloró Amor Eterno. Porque la Dúrcal cantaba llorando, y lloraba hermoso. Miré la ventana y ahí estaba parada, intentado olerme a la distancia, pero yo estaba lejos, lo suficiente para sentirme al pie sin que se diera cuenta, sin que supiera que llevaba días oliéndola escondido y con los ojos cerrados, como se debe oler los miércoles de luna menguante.

En el infierno todos los años son bisiestos. Este no ha sido mi año. Nunca me han gustado los bisiestos. Ese día extra ni quita ni pone.  Hasta Dios falla en sus cálculos.

La chica que no olía se despertó temprano esa mañana. Cuando bajó a prepararse el desayuno estaba tan dormida que ni se dio cuenta de que yo estaba ahí, del otro lado. Me cambió las mañanas, pensé. Maldije sus pastillas. Regañé en silencio a la Dúrcal porque no apareció esa mañana cuando la necesité, cuando le pedí que me cantara al oído, que me llorara con cariño. La ventana está opaca, no veo nada.

El día que la conocí sucedió hace menos tiempo del que me acuerdo. Alguien me dijo que la noche anterior el sol se había extraviado y esa mañana decidió salir por el occidente. Demás que esa fue la razón por la que todo pasó al revés, así que la besé primero sin saber que la quería desde antes. El amor viene de muchas formas, pero parece tan importante que solo nos muestran las que somos capaces de manejar, el resto se lo guardan para ellos. Nos obligan a amar como ellos creen que se debe amar, y no saben que uno ama desde adentro, desde donde duele, desde el amor libre. No entiendo el miedo a dejarlo suelto, por ahí, sin que le haga daño a nadie. La olí!

Quisiera pagarle por algo, para sentirme su dueño. La siento mía los lunes y después se pierde. Por eso espero los miércoles y sus noches, para hacerla mía, así sea en letras, porque el vino ya se me acabó y tendré que pensarla sobrio y eso no me gusta, porque entonces la sabré hermosa. Al menos cuando estoy borracho le encuentro defectos. Sé que no es ella, en el fondo, y por eso la disfruto un poco más. Hoy la he extrañado, ella lo sabe. Me huele entre recuerdos porque alguna vez me lo dijo mirándome. No hay vino, no hay nada. Las gavetas están vacías. Me la bebí entera y todavía sufro su guayabo, que es dulce y huele a vainilla.

Las fotos que nos tomamos se perdieron en el trasteo de la memoria. No me gustan los años bisiestos. No debí mudarme tantas veces si no he sabido de dónde salgo. Y la Dúrcal nada que aparece. Tendré que sentarme a mirar para algún lado a ver si de pronto llega de sorpresa. Quién? No sé, a lo mejor ella, a lo mejor la Dúrcal, a lo mejor la suerte que también anda esquiva por estos días. Suerte aguada que te escabullís entre mis manos, dejame probarte, así sea por antojo. Si venís, avisame para esperarte despierto que te quiero conocer, al menos llegá cuando esté sobrio; que me han hablado tanto de vos que te volviste ajena, porque parecés de otros pero nunca mía. Suerte traicionera que jugás a ver quién te sirve más que el resto, quién te hace más bulla, quién te recomienda más. Suerte que engañás a los crédulos, a los fieles, a los que se están perdiendo. Suerte indiferente que solo te le aparecés a pocos. Acá te espero, vos sabés dónde vivo, así me mude. Al menos decile que aparezca, decile que se asome a la ventana.

Moriré sentado una tarde de domingo…y falta tanto.


2 comentarios:

  1. Sentado no te quedaras esperándola, pues el pensarla te está ahogando,
    ojala pronto este de regreso,
    y que estés bien ebrio,
    porque esas gotas amargas de esperar al amor
    cuando llegan se vuelven tan dulces que empalagan.
    Algún día, decidí dejar de esperar, espere por dos años, y aunque no me empalague me emborrache.
    Esos recuerdos me perturban, me perturba la vida que deje pasar antes mis ojos por esperar ese amor tan divino y dulce que me prometía venir. Pero ahora lo que más me perturba es el tiempo que espere pues yo nada saque, y te digo, no te sientes a esperar pues ese domingo no morirás, sino que la muerte te atrapara sentado y sin que te des cuenta estará a tu lado. Y te quedaste esperando sin una gota de vino, y sin ese cariño que por la ventana esperabas como un niño.

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