domingo, 5 de enero de 2014

Juguemos


En este parque crecimos jugando. Antes del iPod, del iPad, de los mismos computadores. Éramos nuestro propio chat

Uno es una maraña de recuerdos guardados de mala gana. De vez en cuando la cabeza llega a cuartos a los que nadie había entrado en mucho tiempo y se encuentra con cajas que parecían olvidadas pero que tan pronto son limpiadas por encimita alborotan imágenes que se recordaban diferentes.

Juguemos entonces a recordar el parque en el que jugábamos. Juguemos a que recordás el pasamanos, los columpios, el rodadero –¿me creés si te digo que ya no existe?-, el camino en el que subíamos en bicicleta. Juguemos a que los niños que fuimos no crecieron y allá nos siguen esperando; subiendo por el camino que lleva a la malla que separa la urbanización de la calle, pero que para nosotros separaba nuestro mundo de lo que sucedía afuera.

¿Te acordás del carro de los helados que bajaba sonando una música que para nosotros era dulce? En ese carro probé mi primer sundae. Ningún helado me supo igual. Ninguna risa me hará reír tanto como cuando reíamos cuando éramos esos niños que jugaban a “la verdad o se atreve” y que siempre se atrevían con la única excusa de besar a la niña que les gustaba. Marcela era la mía. La besé muchas veces, yo a ella. Ella a mí no. Yo tan solo fui la obligación del juego. A ella le gustaban otros, más grandes. Henry, Pulido, Susaeta, Moreno, qué sé yo. Mejía no estaba en esa lista. A mí no me importaba. Besé a Marcela muchas veces y así aprendí que arriesgarse trae cosas buenas.

¿Te acordás de “Pañuelito”, “Rin rin corre corre”, “Chucha americana”, “Ponchao”? Recordás a Juan Manuel, a Moreno, a Henry, a Pulido, a Silvana, a Juan José. ¿Te acordás de vos?

Juguemos a que recordamos, así el parque haya cambiado. Así ahora sea un montón de maleza crecida en la complicidad del descuido y la desatención. Juguemos a que recordás conmigo la vez que me abrí la cabeza cuando la bicicleta me cayó encima. A la vez que por patear un balón desde el columpio se nos fue a la calle y tuvimos que salir corriendo loma abajo hasta alcanzarlo. Juguemos a que los vecinos vinieron y se fueron. Que crecimos y nunca nos preguntaron si queríamos que así fuera. Juguemos a pedir perdón por las veces que te dije lo que no quería, por hacerte una broma de mal gusto, un comentario inapropiado, por haberte ofendido. Juguemos a que vos me perdonás porque, como yo, nunca quisiste crecer.

Juguemos. Al fin de cuentas, somos una maraña de recuerdos guardados de mala gana.

1 comentario:

  1. Alejandro, me encanta la manera en que escribes, quiero felicitarte por tu polifacética vida de artista, creo que eres excelente en todo lo que haces.Te dejo mi blog: http://anonimosdelanoche.blogspot.com/

    ResponderEliminar