martes, 28 de mayo de 2013

Barichara. Crónica de viaje #1

Barichara, Santander, finales de abril de 2013. Llegué para cumplir una promesa que yo mismo me había hecho hace casi quince años, cuando estuve cerca, pero no lo suficiente. 

Aquella vez llegué hasta San Gil, a tan solo media hora en carro, pero nada más. Me tuve que devolver un día antes de terminado el evento en el que estaba y con envidia escuché días después las historias de todos mis compañeros que sí habían visitado "el pueblo más bonito de Colombia". Me prometí entonces que algún día lo conocería.

Esta vez llegué un viernes a las 10 de la noche. Desde Bucaramanga viajé hasta el Parque Nacional Chicamocha. A las seis de la tarde salí a coger un bus en la carretera, el cual pensé que pasaría rápido, pero qué equivocado estuve. Dos horas ahí sentado, esperando. Cuando por fin apareció el bus que me llevaría a San Gil supe que aún faltaban casi dos horas de viaje. 

En el iPod sonaba Oasis. "If you´re leaving will you take me with you?" cantaba Liam Gallagher y recordé una promesa que le pedí a una exnovia que me cumpliera. Nunca la cumplió, ya no me importa. Pero me parece curioso que este viaje se estuviera convirtiendo en eso, en promesas. Pensaba en la importancia de la palabra y lo devaluada que está. Me criaron diciendo que mis abuelos eran de esos que si empeñaban la palabra, cumplían, así perdieran en los negocios. En qué momento perdimos tanto, me pregunto.

Aterricé en Barichara, hablé con doña Esperanza, quien me alquiló una casa entera solo para mí -a treinta mil pesos la noche, las ventajas de viajar en temporada baja-, me pegué un duchazo y salí a buscar algo de comer. Barichara en la noche es apacible, pero es de esos lugares que esconden algo. Demás que se debe conocer primero de día para valorarla a oscuras, como a novia 32B.

En la plaza central vi un local de comidas que ya estaba cerrando; me recomendaron otro a unas cinco cuadras y creí que sería lejísimos. Error, las cuadras de Barichara sí miden lo que debe medir una cuadra, no como las bogotanas, en las que fácilmente se puede envejecer antes de llegar a la esquina. Llegué y efectivamente estaba abierto. Una ensalada de la casa y una limonada de yerbabuena para la sed. El pueblo más bonito de Colombia me conquistó como se conquista a un hombre, queda claro.

De regreso a la casa el primer choque con su respectivo cambio de chip: caminar por callejones oscuros sin que te pase nada. Colombia nos enseñó a caminar con miedo, a temerle a la oscuridad, a la mano que saldrá de la nada y te pedirá tus cosas. No es sencillo dejar ese pensamiento de lado, pero se logra. Barichara es tranquila, no hay motivos para temer. A ratos parece increíble que hacer algo tan sencillo como eso sea posible.

Un par de vueltas por algunas calles y para la casa. Barichara se duerme temprano, así algunas personas insistan en modernizar el entorno con sus radios y su reguetón a mucho volumen. Curioso pensamiento el de algunos que siguen creyendo que un carro en el que sea imposible conversar sea motivo de envidia.

Sábado, madrugo. Ahora sí, esto es Barichara. Sus calles, sus colores, su clima, sus casas y sus ventanas. Saco mi cámara y las palabras sobran...
























 












5 comentarios:

  1. Alejo, muy bonito!

    Muchas gracias por compartir. Yo todavía siento que el miedito que aprendí como mecanismo de defensa toda una vida en Medellín no se me va, pero vamos aprendiendo.

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    1. Somos la generación del miedo. Qué duro arrancarse ese sentimiento. Abrazos!

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  2. Muchas gracias por contar esa experiencia, ahora con mas ganas de conocer Barichara!

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  3. Genial, seria bueno ir a conocer...

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