- - No te preocupes, será el último. Ahora sí.
- - No sé, Georgie,
sabes que soy un rocker. Lo pensaré.
- - Tranquilo, tómate el tiempo que necesites.
John Lennon era un rockero, eso lo tenía claro. A los
catorce años había descubierto el mundo, su propio mundo, y se llamaba
rocanrol. En algún momento a sus manos había llegado una canción llamada Heartbreack Hotel, cantada por un joven
del otro lado del planeta que sería conocido años después como “El Rey”, pero
por el momento todos le decían simplemente Elvis. Su apellido, Presley.
John supo que quería ser músico, no por la música, sino
porque ese mundo que le enseñaba el rocanrol era justo lo que buscaba: no ser
él. Cambió su pinta, cambió sus sacos de sastre típicos ingleses por chaquetas
de cuero, cambió su peinado y hasta cambió sus gafas. “Es mi estilo Buddy”, decía,
en alusión a Buddy Holly.
A los quince años formó su primera banda, Johny and the moon dogs, nombre que
luego cambió por The Quarry men, The
silver beetles y, finalmente, The
Beatles. Y con ésta cambió el mundo junto a sus compañeros: Paul McCartney,
George Harrison y Ringo Starr. Catorce años después de esa fecha, John Lennon
había cumplido su objetivo: había dejado de ser él, el chico rebelde y
desubicado de Liverpool, el que solo quería ser músico para salir de la ciudad
que lo ahogaba.
Catorce años habían pasado. Ya no era el joven de quince,
ahora tenía veintinueve años. Era 1969 y los Beatles habían atravesado por
todo. Tocaron el cielo y la fórmula del éxito no parecía acabar. Pero se estaba
acabando. Eran ellos mismos sus ángeles y demonios. Las jornadas se hacían
insoportables, la creatividad no llegaba tan fácil y el liderazgo que Lennon alguna
vez tuvo sin resistencia alguna, ahora debía compartirlo con el monstruo que él
mismo había creado: McCartney, su socio.
A mediados de 1966 Lennon comenzó a despreocuparse de la
banda. No eran tiempos de guerra, para nada. Por el contrario, era amor puro lo
que fluía entre los cuatro chicos de Liverpool. Habían decidido retirarse de
los conciertos para dedicarse exclusivamente a trabajar en los estudios, en la
música. Ya no querían más gritos de niñas, tan fuertes que ya no se alcanzaban
a escuchar ellos mismos en los recitales. Y no es exageración, era imposible
oír las canciones que estaban tocando. Para evitar problemas de
salidas de tiempo, Ringo había tomado la decisión de tocar al ritmo del pie de
Paul McCartney y seguirlo cual metrónomo.
Así que dedicarse únicamente a hacer música era el ideal
de la banda y eso hicieron. Despertó el espíritu creativo en todos y cada uno
comenzó a brillar de manera independiente. Ya no sucedían las sesiones de
composición colectiva. Ahora, si alguno tenía una idea la componía y llegaba al
estudio, se la enseñaba a sus compañeros y se grababa. Quien componía la
canción tenía la última palabra sobre ésta y era de su potestad decidir cada
detalle. La química comenzaba a flaquear.
Para entonces John conoció a una japonesa llamada Yoko Ono y
su principal interés dejó de ser la banda. Ahora hablaba de amor, de paz
mundial, de ser todos y ser uno. Se había convertido en un líder.
McCartney, por su parte, explotó creativamente. De su cabeza
salieron todas las ideas y la banda cambió de timonel sin darse cuenta. Ahora
era Paul el que proponía qué hacer. El que llegaba con más canciones a los
estudios. El que no se limitaba a la hora de mirar hasta donde una canción
podía llegar. Lennon veía cómo su dominio se perdía, pero estaba tranquilo: era
su banda, él la formó y si quería podía acabarla. En eso nadie le discutía.
Llegaron a la cúspide y se mantuvieron ahí. No había nada
que no pudieran hacer. Un álbum conceptual, se hizo. Un álbum doble, se le
tiene. Una película psicodélica con su banda sonora, tenga también. Una película
animada con banda sonora, ya mismo. Musicalmente la locomotora tenía carbón
para rato. Y el público feliz. Había Beatles constantemente. Discos, películas,
dibujos, videos. Nunca se perdían del mapa. Eran reyes y señores. Eran un grupo
maravilloso aunque al interior del hogar las camas estaban separadas.
Hasta que llegó 1969. La idea de Paul era simple: “volvamos
a hacer un concierto. Grabemos un álbum nuevo que se pueda interpretar en vivo
y busquemos una locación bien bizarra para presentarnos. No sé, puede ser un
barco en el Támesis o en las pirámides de Egipto y que nuestro público sean
camellos”. Genial, dijo alguien más, y qué tal si grabamos todo el proceso y
hacemos una película?. Que así sea, dijeron todos.
El proyecto se llamó, internamente, Get Back, y la idea era justo ésa, volver a los inicios de la
banda. Cuando componían juntos, cuando grababan todos, cuando se querían. Pero el
tiro salió por la culata. El amor de otrora se había perdido, ya no había
camaradería, ya Paul parecía un tirano que decía qué hacer y qué no hacer. Ya Lennon
había violado la norma principal de la banda: somos cuatro, somos nosotros.
Yoko estaba siempre presente en las sesiones.
El proyecto sucumbió en medio del odio y del hastío. Fue entregado
a un productor externo, Phil Spector, y todos se desentendieron. El fin había
llegado.
Paul, terco como una mula, supo que faltaba algo,
que no se podían acabar los Beatles de esta forma. Había que hacerlo con
gracia, con encanto, con grandeza. Llamó a George Martin, el productor de todos
los álbumes y quien conocía a cada uno de ellos por separado como si fueran sus
hijos. Un último álbum, por favor, solo uno y terminamos, dijo Paul. Está bien,
le respondió Martin. La duda era, qué dirían los demás. Déjamelos a mí, lo
tranquilizó George.
Ringo y Harrison fueron fáciles de convencer. Lennon era el
problema.
- - John, ¿quieres hacer un último álbum?
- - Lo mismo dijimos con Let it be y mira lo que sucedió
- - No te preocupes, será el último. Ahora sí.
- - No sé, Georgie,
sabes que soy un rocker. Lo pensaré.
- - Tranquilo, tómate el tiempo que necesites.
John tenía serias dudas sobre volver al estudio a reunirse
con sus compañeros, los mismos con los que había compartido la mitad de sus casi treinta años, pero pensaba igual que Paul, los Beatles no se podían acabar sin
dar la batalla.
En los estudios Abbey
Road se grabó Abbey Road, el
último álbum de estudio de los cuatro de Liverpool. La magia había vuelto; el
pacto de paz apareció y la banda volvió, por un momento, a ser el grupo de amigos
que tocaban catorce años atrás en un bar llamado La Caverna.
Tan pronto estuvo listo, la misión se declaró cumplida. Los papeleos
de rigor y los Beatles eran historia. Faltaba hacerlo público. El designado por
todos: McCartney.
El diez de abril de 1970, se convocó a una rueda de prensa a
las afueras de las oficinas de Apple. McCartney habló. Oficialmente los Beatles
dejaron de existir.
“Después de todo, la gente dijo que los Beatles nunca se
separarían. Y tuvieron razón, excepto que sí lo hicieron” – Kevin Arnold (Los
años maravillosos. Tercera temporada, capítulo 10. "Los Zapatos eléctricos").
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