jueves, 30 de mayo de 2013

Barichara-Guane, pero primero El Camino de Lengerke. Crónica de Viaje #2

Entrada al Camino Real o Camino de Lengerke que conduce de Barichara a Guane y del mismo modo en sentido contrario
Sábado, ocho de la mañana. No es normal que abra los ojos a estas horas, de hecho soy de esos que se duerme por lo general a las dos o tres de la madrugada y se despierta después de las diez, pero anoche me dormí temprano. Barichara se duerme joven y la soledad en la que me encontraba, en una casa enorme para mí solo, hizo que la lluvia me arrullara con ella. Bueno, la lluvia y no haber llevado un adaptador de tres patas a dos para poder conectar el computador en alguno de los enchufes de la casa, así que lo tomé como una señal del destino y decidí cambiar mi rutina para levantarme como una persona decente.

Agua tibia, baño relajado con jabón motelero -de los chiquitos que no venden en ningún lado y solo se consiguen en estos lugares-, me pongo la ropa que creo más cómoda, bloqueador y ¡pa´ la calle, papá!

En el parque de Barichara encuentro una panadería que se me antoja económica y pido un desayuno trancado: dos panes de maíz, una porción de queso holandés (venden de todo tipo de quesos por porciones) y una avena casera. Al final, antes de pagar la cuenta pido una botella de agua y compruebo que mi sexto sentido debe seguir dormido porque termino pagando por el desayuno un poco menos que la deuda externa de Burkina Faso.

Después de dicho trance, le comento a la mujer que me atiende que quiero conocer Guane, pero que pretendo ir hasta allá por el Camino Real. Ella me da las indicaciones de rigor y me explica cómo llegar hasta el punto de partida, pero el nombre que me da me causa curiosidad. Ella lo llama el Camino de linguerque (así se oye). No sabe responderme porqué se llama así ni tampoco sabe cómo deletrearlo. Le echo mucha cabeza y llego a la conclusión, errada, que no es el Camino de linguerque sino El Camino del Inguerque. No sé por qué, pero así funcionan mis pensamientos.

Más tarde comprobaré que, efectivamente, mi sexto sentido es de fabricación dudosa. Realmente se llama El Camino de Lengerke en honor a Geo Von Lengerke, un alemán que vivió en tierras santandereanas a mediados del siglo XIX y que, como todo europeo, quiso hacerse rico a costillas nuestras. Como hacendado que fue, el señor Lengerke amasó una fortuna muy considerable gracias, entre otras cosas, a la Quina, una planta medicinal que era muy apetecida en Europa. Por cuestiones que no vienen al caso, don Lengerke quebró al invertir toda su fortuna en esta planta y querer llevarla hasta Europa, dándose cuenta allí, vaya usted a saber por qué, que ya no estaba tan de moda. Algo así como la cocaína de hoy en día, que ha sido reemplazada por drogas sintéticas (algunas legales) y que son las causantes de la felicidad de los chicos del viejo mundo mientras que acá seguimos enfrascados en una guerra perdida en la que somos nosotros los que ponemos los muertos.

(Nota al margen: Según un estudio publicado en 2012 por la Organización Mundial de la Salud, la cocaína se encuentra en la quinta posición entre las drogas que más consumen los europeos. Las cuatro primeras son todas drogas sintéticas -por drogas sintéticas se entienden el éxtasis, la metanfetamina e incluso el famoso Roche-, algunas producidas y comercializadas por laboratorios médicos -o sea legales-.) 

El Camino Real no fue construido por Geo Von Lingerke, no. Dicho camino ya existía desde la época libertadora y es en realidad un camino de trocha que recorre un vasto terreno por el cual se comercializaba y transportaba esclavos y mercancías. El nombre de Lengerke entra en la historia porque fue él quien lo empedró -la pavimentada de la época-.

Son nueve los kilómetros que separan a Barichara de Guane por este camino empedrado. Los lugareños me dicen que ese recorrido se hace en poco menos de cincuenta minutos y yo, iluso, les creo. La entrada del Camino Real no es muy vistosa, para mi desconsuelo, ya que esperaba ver algo más que una simple placa que dice "Camino Real". No sé, esperaba algo más pomposo, pero culpo a mi imaginación citadina por el desencanto.

No avanzo mucho y  me topo con el primer regalo para un fotógrafo aficionado: cruzando el camino atraviesa una fila de hormigas llevando entre sus pequeñas tenazas unas hojas de un tamaño, quizás, siete veces más grandes que ellas. Su coordinación, su orden, su sensación de compañerismo me inspiran y por un momento el mundo parece detenerse ante mí y me demuestra que solo soy un ser frágil en medio de tanto caos. Estas hormigas son un ejemplo de vida. Me enternezco ante su organización y me agacho a tomar una foto. Es entonces cuando mi torpeza me devuelve a la realidad, no solo a mí, sino a una pobrecita hormiga a la que hago perder la fila y desviarse del resto del grupo. La pobre no sabe para dónde va, da vueltas en círculos y algo dentro de mí me dice que hasta es posible que me esté insultando.

Ya la foto no es de un grupo de hormigas laboriosas y organizadas, ahora es un pobre individuo alejado del grupo por culpa de un señor gigante.

Hormiga juiciosa que perdió su GPS gracias a un fotógrafo atravesado

La naturaleza es sabia y cobra su venganza más pronto de lo que yo creía. Sin darme cuenta llevo casi veinte minutos contemplando la sinfonía en miniatura y mi cuello está al rojo vivo. La rutina despertada-baño-desayuno/indignación-caminata hace que sean las diez y media de la mañana y el sol haya elevado la temperatura a unos agradables treinta grados centígrados.

Pero eso no es todo. De nuevo la torpeza hace de las suyas. Mientras camino por una semi empinada loma descendente, empedrada además, me concentro en las fotos que acabo de tomar sin darme cuenta de los pasos que estoy dando; entonces piso mal una piedra y mi pie izquierdo se dobla hasta saber cómo son las suelas de mis zapatos sin necesidad de quitármelos. Inmediatamente caigo al piso y quiero llorar del dolor, pero recuerdo a Miguel Bosé que siempre me ha dicho que los chicos no lloran. Estoy en medio de la nada, a treinta grados centígrados, con un celular sin señal (Tigo, claro está) y no hay nadie cerca. Busco la lógica posible a lo que está sucediendo y en un momento de lucidez encuentro la respuesta, que es a la vez una pregunta: "¿Qué harían en Discovery?". 

Por mi mente pasan todos los programas de supervivencia. Apenas tengo un tobillo tronchado, pero ya estoy preparado mentalmente para cazar cualquier tórtola que se asome y hacer de ella mi almuerzo. Tomo un pequeño sorbo de agua de la botella que compré al desayuno y, vaina curiosa, a pesar de costar lo mismo que la deuda externa de Burkina Faso, sabe igual que el agua que venden en el Carulla al lado de mi casa que, valga la aclaración, también tiene precios como para cubrir la deuda externa de todos los países no alineados. 

Quiero beber un poco más pero me abstengo, no vaya a ser que me agarren varios días por acá tirado y muera deshidratado. Sigo pensando. A lo lejos se ve un grillo y creo que tiene suficiente carne como para darme veinte minutos más de energía. Me dispongo a ir por él y cuando me levanto me doy cuenta que no me duele tanto el pie como creía, así que sigo caminando pensando que en cuestión de treinta minutos estaré en Guane, según me dijeron los lugareños.

El resto del camino es acompañado por un calor imposible. Yo disparo mi cámara buscando encontrar algo diferente al mismo camino que llevo recorriendo por más de una hora. Comienzo a creer que los lugareños mienten.

Camino Real

La misma foto anterior sin el gallo de la viñeta negra

Así parezca increíble, más Camino Real

¡Guau! ¡Sombra!

A lo lejos oigo un grupo de gente y grito cual Chuck Nolan "¿Falta mucho pa´ Guane?". Una de las voces me responde "Ya casi, siga derecho". No me ayuda su respuesta y no me genera confianza, así que decido esperar a los protagonistas de los murmullos que oigo. Aparecen los rostros que llevaba unos minutos imaginando y me doy cuenta que son campesinos oriundos de mi destino que han salido en esta mañana calurosa de sábado a recoger hormigas culonas. Me explican que por esta época del año las hormigas salen de sus nidos a tomar el sol y es entonces cuando ellos aprovechan para atraparlas -decir cazarlas sería, no solo ilógico, sino aberrante-. Les pregunto que cuánto llevan en esas y me dicen que desde las cinco de la mañana, así que imagino que la cosecha debe ser enorme, pero no; cada uno me enseña un pequeño balde en el que llevan las víctimas de la gula santandereana.

Las hormigas culonas son famosas no solo por su sabor, sino por ser la imagen de Copetrán, una empresa del sector de transporte de Bucaramanga. Esto segundo lo supe cuando conocí en vivo una hormiga culona y recordé el logo de la empresa. De lo primero, me contaron los señores, es uno de los manjares favoritos a la hora del ocio. Incluso algunos niños lo llevan a las escuelas como parte de la lonchera, cual galguería.

El proceso de convertir un insecto en mecato es el siguiente: una vez la hormiga es atrapada y llevada hasta la casa de destino, su cola -culo en este caso- es separada del cuerpo y echada a freír en aceite bien caliente. Apenas está a punto -nunca me dijeron cuál ese famoso "punto"- se saca, se pone a secar y se mezcla con crispetas para acompañar una cerveza o ver una película. Se ha sabido de casos de algunos osados que llegan al punto de prescindir las crispetas.

Hormiga culona. También se puede ver esta imagen en un bus de Copetrán que se volteó


Debido al calor y a un ataque de emotividad, les pregunto que si hay una tienda cerca donde los pueda invitar a tomar algo -iluso yo, estamos en la mitad de la nada-. Me dicen que claro, que cerca hay una y nos dirigimos a ella. Cerveza para todos, menos para el hijo de Libardo, uno de los campesinos con los que voy caminando. Para él una Cola&Pola -no ve que es un niño, me dice Libardo, y compruebo que los colombianos nacemos alcohólicos por genética-. Aprovechamos para conversar y me cuentan sus historias. Jorge, por ejemplo, no es de Guane. Está de paso hace cuatro meses porque hace parte del grupo de obreros que está construyendo el acueducto. Me dice que es de Rionegro, un pueblo cerca de Bucaramanga, pero hacia el otro lado, me explica. Deduzco que se refiere a la salida hacia Barrancabermeja. Le digo que en Colombia el nombre de Rionegro es el más usado para bautizar pueblos y caseríos. Casi cada departamento tiene un Rionegro. Se ríe, deduzco que no me cree.

Jorge bebiendo agua en totuma. La cerveza a duras penas menguó el calor

Libardo me cuenta por su lado que lleva las hormigas para venderlas. El único que las lleva para él es Miguel -uno de los más jóvenes-, me dice. Es porque como no tiene responsabilidades, agrega, y hace un gesto con la boca que denota un poco de envidia y nostalgia por esos días en los que podía gastarse toda la plata en él. Ahora hay hijos y con ellos los gastos son más grandes. Le pregunto cuánto le pueden pagar por las hormigas que lleva (atrapó cerca de cinco kilos, fue el que más cogió) y me dice que más o menos treinta mil pesos. Los insectos, sin querer, ayudan a sostener la economía de la familia de Libardo y de muchos como él que salen una vez al año -por decisiones ambientales no se puede en otras fechas- a esperar que el sol caliente tanto los nidos que haga que las hormigas sofocadas salgan a levantar vuelo. Y así comienza la lucha de la naturaleza: las hormigas contra sus amenazas, los humanos y los pájaros que las sorprenden en vuelo. Entonces no necesitan el aceite ni las crispetas para ser alimento de otro tipo de hijos.

Libardo me regala su mejor sonrisa para la foto

Terminadas las cervezas y el camino sigue. Le agradecemos a la familia que nos atendió. En silencio los bendigo por ser un oasis real. Les pido que me posen para la foto de rigor. Me regalan un llavero hecho con cuero de vaca y que emula una zapatilla.

Los dueños del oasis
No es mucho el camino que sigue. Jorge no se despega de mi lado, los demás me miran con una mezcla entre curiosidad y desconfianza, no creo que sean muchas las personas que conversan con ellos. Aprovecho que no están pendientes de mí  para tomarles unas cuantas fotos. Supongo que por la cerveza estoy con la carga renovada, supongo que es por la conversada con Jorge o simplemente porque creo que ya no estoy tan solo, pero apenas llegamos a Guane siento nostalgia y un poco de pena por no haberme cruzado con estas personas antes.

La pose de rigor

Caminando hacia Guane con la cosecha en las manos

Son las doce treinta y apenas llegamos a Guane. Me demoré dos horas y media desde que salí de Barichara. Los lugareños no tuvieron razón...

Llegada a Guane. Fin del Camino de Lengerke...o principio, del mismo modo en sentido contrario

















4 comentarios:

  1. Me gustó mucho esta caminada contigo, aunque hubiera sido sentada frente a mi computador. (Lástima). Gracias, Alejo.
    Ana Cristina Restrepo

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  2. Soy Arquitecta, he leído este articulo y el de Barichara, me gusto mucho tu redacción casual porque logra conectarte con la experiencia y por supuesto las fotografías.
    Mil gracias!!!!

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